LA BATALLA DE PIRIBEBUY

Cuando el conde D'Eu intimó rendición al Comandante de la Plaza de Piribebuy, Pedro Pablo Caballero, el 11 de agosto de 1869 recibió la correspondiente respuesta negativa: "Estoy aquí para pelear y si es necesario morir; pero no para rendirme"

Al día siguiente los ejércitos aliados iniciaron recios bombardeos lanzándose luego al asalto de la plaza de Piribebuy con sus 20.000 soldados contra los 1600 paraguayos que en su mayoría eran niños adolescentes, mujeres y ancianos. Este episodio guerrero, que se enmarca en lo que se conoce en la historia paraguaya como la Campaña de la Cordilleras, es descrito por el historiador Efraím Cardozo  de la siguiente manera "dos mil almas, la mayor parte ancianos, niños y mujeres, se enfrentaron a unos veinte mil hombres de la Triple Alianza".


Una enorme cantidad de pobladores de Piribebuy que se negaron a someterse a las tropas enemigas, comandadas por el militar brasileño conde D'Eu, sucumbieron en las calles de la ciudad cordillerana. Un grupo de niños de la "Reducto Escuela" de la ciudad, liderados por el maestro Fermín López, se enfrentó valientemente contra las tropas adversas. Parte de los archivos nacionales que estaban en la biblioteca de la ciudad fue quemada y otra parte robada por las tropas brasileñas. Dichos documentos se encuentran actualmente en Itamaraty, la sede de la Cancillería de Brasil. 


La Batalla:
Recibida la intimación de las poderosas fuerzas atacantes, se presentó batalla luego de soportar un bombardeo de cinco horas llevado a cabo por el coronel Mallet quien contaba con 47 piezas de artillería. Tomaron parte en la batalla el propio Conde D Eu, el general Joâo Manuel Mena Barreto, el general Vitorino y el general Correa da Camara. El ejército brasileño disponía de veinte mil combatientes.

Seguidamente se desarrolló en las trincheras una lucha cruel y desigual. Sus defensores lucharon con ferocidad; hasta las mujeres defendían la plaza, armadas con botellas rotas y piedras. Quedan registrados algunos nombres de aquellas heroínas, Basilia Domeque, Cándida Cristaldo, sargento Anita Segovia, sargento Hilaria Medina y sargento Venancia Acosta.

La resistencia de los paraguayos fue tan tenaz como heroica. Los aliados varias veces rechazados, volvieron a la carga, hasta conseguir abrir una brecha en las trincheras, cuando las mujeres habían sustituido a los soldados paraguayos muertos y cargaban sus cañones, ya sin proyectiles, con frutas de coco, piedras, vidrios y arena. La matanza fue espantosa. El cauce del arroyo Piribebuy quedó colmado de cadáveres.

Incendio del Hospital de Sangre.
Luego de la encarnizada defensa por espacio de cinco horas en las que se vivieron auténticos episodios de entrega y patriotismo, se produjo la ocupación de Piribebuy. En los bajos del arroyo Mboreví se habían rechazado las dos primeras embestidas enemigas, sucumbiendo en ellas los dos tercios de los defensores.

En las últimas acciones de la lucha fue muerto de un balazo el general brasileño Joâo Manuel Mena Barreto, comandante en jefe del 2º Cuerpo de las tropas imperiales. Este episodio tuvo consecuencias desmedidas e impropias de parte del ejército brasilero: el degüello del jefe de plaza coronel Caballero, en presencia de su familia, el holocasto de los prisioneros y el incendio del hospital, donde perecieron carbonizados casi todos sus ocupantes. Estas acciones fueron ordenadas por el Conde Gastón de Orleans, Conde E’u.

Piribebuy fue escenario de la crueldad sin límites de la guerra. A las calamidades propias se sumaban el hambre y la peste. A ellas los valientes y sufridos habitantes opusieron el coraje, el desprendimiento y la redención.

El sangriento Conde de D’Eu vengó las pérdidas sufridas, entre las que se incluye la muerte de su amante, mandando degollar al comandante Caballero, al mayor Mariano López y a numerosos prisioneros y heridos. Y para completar su horrenda barbarie, mandó incendiar el Hospital de Sangre “manteniendo en su interior los enfermos – en su mayoría jóvenes y niños. El hospital en llamas quedó cercado por las tropas brasileras que, cumpliendo las órdenes de ese loco príncipe, empujaban a punta de bayoneta adentro de las llamas los enfermos que milagrosamente intentaban salir del la fogata. No se conoce en la historia de América del Sur por lo menos, ningún crimen de guerra más hediondo que ese”


Comentarios

  1. En memoria del comandante Pedro Pablo Caballero, que en 1869, al final de la batalla de Piribebuy, fue sacrificado por las tropas aliadas.

    ¿Quedará algún jadeo de los pocos guerreros
    que caen en defensa de la ciudad sitiada?
    ¿Sobsistirá una chispa del Hospital de Sangre
    con enfermos y heridos encerrados en llamas?
    ¿Quién ve elevarse al aire los restos cenicientos
    que caen sobre techos y calles y lomadas?
    ¿Hasta dónde se estiran las piernas y los brazos
    de Pablo, el Comandante martirizado en andas?

    Lejos ya de aquel día, flota un aura callada
    sobre un Viejo Rincón, nuevo bar confortable;
    sobre un 12 de Agosto, vuelto club en un predio,
    con su música joven y su pista de baile;
    sobre aquel cementerio donde yacen recuerdos
    que, al igual que la hierba, sucumben y renacen,
    sobre el antiguo río que cruza renovando
    nube y pez que se alejan y regresan, constantes.

    Todo lo que allí habita, sin saberlo lo sabe:
    plaza, flor, aves, polvo, gente y luz son testigos
    de esa versión plural que seguirá rondando
    después de que a ellos mismos los arrastre el Gran Río.
    Porque así son las cosas, porque así establecieron
    el azar transmutable y el cambiante destino:
    seguirá proyectando su gran sombra invisible
    esa historia, hoy leyenda, transitando hacia el mito.

    (Mario Casartelli)

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