Soñé que me hallaba un día
en lo profundo del mar:
sobre el coral que allí había
y las perlas, relucía
una tumba singular.
Acerquéme cauteloso
a aquel lugar del dolor
y leí: “Yace en reposo
aquel amor no dichoso
pero inmenso, santo amor.”
La mano en la tumba umbría
tuve y perdí la razón.
Al despertar yo tenía
la mano trémula y fría
puesta sobre el corazón.
Agradezco a Rubén Darío el permitirme utilizar sus versos para recordar a la madre que ya me dejó.
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